Comentario
La pluralidad de los centros difusores entorpece una caracterización sumaria de la Ilustración andaluza. Su arranque es temprano, como se demuestra con la creación de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla, de tan decisiva importancia en la configuración del movimiento de renovación científica de España. Sin embargo, el cultivo de la ciencia se refugiaría luego en las instituciones oficiales directamente promovidas por el gobierno y en relación, la mayoría de los casos, con los intereses militares de la Corona, pues si bien el Colegio de San Telmo se construye a fines del siglo XVII por iniciativa de la Universidad de Mareantes sevillana, las máximas creaciones del XVIII son la Escuela de Guardiamarinas y el Colegio de Cirugía de la Armada que, junto al Observatorio Astronómico, situado también en la bahía de Cádiz, completarían el equipamiento andaluz en este terreno. Así, si prescindimos de la obra de los novatores hispalenses, la Ilustración andaluza se orientó preferentemente hacia el ámbito de la creación literaria y la reflexión social.
Granada conoció su momento de esplendor en la primera mitad de siglo, gracias al impulso del conde de Torrepalma, fundador, junto a Julián de Hermosilla, de la Academia de la Historia de Madrid, y patrocinador de la tertulia del Trípode en la ciudad granadina, antes de regresar a la capital para integrarse en la Academia del Buen Gusto. El conde de Torrepalma, un barroco del siglo XVIII, convirtió a su tertulia en una verdadera academia literaria, que acogía a hombres como José Antonio Porcel, el mejor ingenio granadino del siglo XVIII, y a sus amigos del Colegio del Sacromonte, o como Luis José Velázquez, marqués de Valdeflores, que recibiría de Ensenada el encargo de recoger noticias y documentos sobre la historia de España, convirtiéndose en uno de los pioneros de un nuevo género literario con la publicación de los resultados de sus indagaciones en su Noticia del viaje de España (1765). En este ambiente trabajaron los franciscanos cordobeses Pedro y Rafael Rodríguez Mohedano, eruditos autores de una Historia literaria de España (1766-1791), y se produjo asimismo la renovación del interés por el pasado musulmán de Andalucía, tan presente en la ciudad del Darro, que desembocaría, entre otros resultados, en la tardía publicación por la Academia de San Fernando del repertorio de Pedro Arnal, Antigüedades árabes de España, Granada y Córdoba, en 1804.
El movimiento académico y la floración de tertulias se prolongó por otras ciudades andaluzas. Con más fuerza en Sevilla, que asiste en los años centrales de la centuria a la fundación de la Academia de Buenas Letras (1751) por iniciativa del presbítero Luis Germán, y de la Academia de Bellas Artes (1759), impulsada por el oidor Francisco de Bruna. La ciudad se benefició a continuación de la presencia de Pablo de Olavide, que pronto reunió en su torno una famosa tertulia, donde se debatían temas culturales y se potenciaban las nuevas corrientes artísticas, especialmente a partir de la creación de una Escuela Dramática, algunos de cuyos aventajados alumnos serían requeridos incluso por la Corte madrileña. La tertulia se honró con la presencia de notables intelectuales, como Cándido María Trigueros o Gaspar Melchor de Jovellanos, nombrado a la sazón alcalde del crimen de la Audiencia sevillana y cuya influencia se dejaría sentir en la ciudad a lo largo de los veinte años de su estancia.
Más tardías fueron otras fundaciones. Cádiz, que además de sus institutos militares contaba con una nutrida colonia burguesa y extranjera, conoció en la segunda mitad del siglo una notable vitalización cultural, que se expresó a través de la proliferación de la prensa, de la expansión del teatro tanto neoclásico como popular, de la actividad de algunos intelectuales, como José Cadalso o José Vargas Ponce, o de la creación de la Academia de las Tres Nobles Artes, a punto de aceptar su destino como primera ciudad liberal de España.
También fue tardío el movimiento académico de Córdoba, que se puso en marcha gracias a la estancia en la ciudad de Manuel María de Arjona, impulsor de la Academia de las Tres Nobles Artes, y a la iniciativa de la Sociedad Económica de Amigos del País, que fundaría la Academia de Buenas Letras y el Colegio de la Concepción.
Precisamente el sector de la enseñanza sería uno de los más atendidos por la Ilustración andaluza. Señalado el papel pionero de la universidad hispalense en la reforma de los estudios, también es sabido que la universidad granadina se incorporó al proceso algo más tarde, formando en sus aulas a toda una generación de ilustrados e incluso a algunos destacados representantes de la política liberal, como Javier de Burgos y José Martínez de la Rosa, ya en las postrimerías del siglo. La enseñanza superior extrauniversitaria trató de potenciarse con el proyecto de creación de un Colegio de Nobles Americanos en Granada, que respondía a la necesidad de dar solución al problema de la educación de la aristocracia, que no había encontrado una alternativa a la desaparición de los centros jesuíticos, y también a la preocupación del gobierno de Carlos IV por la creación de colegios militares.
La enseñanza en los niveles más elementales halló también respuestas originales en diversas ciudades andaluzas. Cádiz creó diversos centros inspirados en los modernos métodos educativos de Pestalozzi y Servadori, mientras Juan Antonio González Cañaveras, que publicaría más tarde un Plan de Educación para la reforma de los estudios secundarios, fundaba una prestigiosa Escuela de Idiomas en 1768. Otro teórico de la educación, el catalán Francisco Dalmau, autor de un Ensayo sobre el adelantamiento de la instrucción pública (1813), ponía en funcionamiento por su parte un centro para la formación de maestros, siguiendo las pautas del creado en Madrid por iniciativa gubernamental, mientras la Económica de Sevilla solicitaba autorización para establecer un Colegio Académico de Primeras Letras con el mismo fin.
Las Sociedades Económicas de Amigos del País, que se difundieron espectacularmente por la región, siguiendo la entusiasta respuesta de Vera, hasta superar el número de treinta, protagonizaron muchas otras iniciativas en este campo. La de Sevilla estableció una cátedra de química, con la intención de investigar el ramo de los tintes, al tiempo que atendía a la formación profesional con la instalación de escuelas de hilado en Triana y San Lorenzo. Esta sería la línea más corriente: la Económica de Sanlúcar establecería una escuela de hilados, la de Jerez fundaría escuelas de dibujo y pasamanería, y así sucesivamente. Sólo los Amigos del País de Osuna dirigirían su atención a otros ámbitos, fundando, pese a su orientación decididamente agrarista, una Tertulia Matemática.
A finales de siglo, Sevilla, que cuenta con la presencia del más tradicionalista de los ilustrados, Juan Pablo Forner, fiscal del crimen en su Audiencia desde 1790, conoce un nuevo periodo de esplendor gracias a la constitución en sus aulas universitarias de un núcleo de intelectuales excepcionalmente brillante. El principal animador del grupo fue Manuel María de Arjona, que establecería en Sevilla una Academia destinada a la renovación de la poesía y a la propagación del neoclasicismo, aunque sus miembros se dedicasen también a otras actividades, empezando por el propio Arjona, autor de tratados de historia eclesiástica y de temas políticos y sociales, y siguiendo por los restantes componentes del círculo, como Félix María Reinoso, que se ocupó en sus escritos de cuestiones éticas, penales e incluso municipales, o como Alberto Lista, quizás el más dotado, que colaboraría con el gobierno afrancesado en sus proyectos artísticos para la ciudad, o Manuel María del Mármol, abanderado de la cultura y del saber en la capital de Andalucía o, finalmente, José María Blanco White, exiliado voluntario en Inglaterra, y José Marchena, propagandista de la Revolución Francesa, desde su también voluntario destierro de Bayona. Su obra literaria pondría un brillante epílogo a un siglo de renovación cultural.